lunes, 17 de enero de 2011

LA CONQUISTA DE FRANCISCO PIZARRO


LA CONQUISTA DE FRANCISCO PIZARRO

Por Leopoldo de Trazegnies Granda

La fundación de Lima significó la culminación de la primera parte de la conquista del Perú. Francisco Pizarro había logrado llevar las fronteras del Viejo Mundo desde el Finisterre europeo hasta las costas occidentales de América. La ciudad, llamada entonces Ciudad de los Reyes, asentada en las costas del recién denominado Océano Pacífico, se constituyó como la última creación renacentista relacionada directamente con Sevilla.

Sobre Francisco Pizarro se han elevado graves cargos a lo largo de la historia. La versión romántica lo presenta como un inculto criador de cerdos de origen bastardo, que llegó a dominar todo un imperio. Esta misma versión exagera su personalidad guerrera atribuyéndole innumerables crímenes. Es decir, se le acusa de incultura, bastardía y crueldad.

Francisco Pizarro no sabía leer ni escribir. ¿Pero cuántos militares europeos en esa época sabían hacerlo? A los soldados se les exigía valor, astucia, decisión, cualidades todas que les sobraban a los conquistadores. Aún así, se encuentran en los ejércitos conquistadores muchas más personas letradas de las que cabría suponer, no sólo están los escribanos oficiales sino muchos de los soldados que posteriormente se revelan como magníficos cronistas. Para redactar los informes militares y levantar acta de las batallas solían llevar uno o varios escribanos que se encargaban de la correspondencia y de la interpretación de las ordenanzas. En el caso de Pizarro, llevaba al hidalgo sevillano Francisco de Jerez, a Pedro Sancho y más tarde a Alonso Picado como secretarios particulares.

En cuanto a que fuera hijo ilegítimo del coronel de infantería Gonzalo Pizarro, me limito a transcribir las palabras de José de la Riva-Agüero:

Ni era a la sazón la simple bastardía baldón tan grave y extraordinario... Los siglos XIV y XV, por su relajación en ese capítulo, se denominaron siglos de los bastardos. (Por ejemplo...), cuando nuestro Pizarro nació, hacía apenas treinta años que había gobernado(...) la monarquía castellana, el privado de don Juan II, don Álvaro de Luna, hijo de un magnate pero habido fuera de matrimonio, en una moza de la villa de Cañete.

Creo que estas palabras del historiador peruano sitúan exactamente en su tiempo el problema de la bastardía del descubridor. Por otra parte, no tiene nada de extraño que su padre tuviera cerdos, como los tendría cualquiera de los hidalgos extremeños que basaban su riqueza en una tierra más apta para la ganadería que para el cultivo. Algunos historiadores han tratado de darle a Pizarro el origen más humilde posible dentro de patrones sociales actuales que no se corresponden con la realidad de entonces. Es falso, por ejemplo, que al nacer fuera abandonado a la puerta de un convento, tampoco es verdad que huyera muy joven de la casa materna. Estas historias injuriosas parecen inventadas por algún almagrista durante las guerras entre las dos familias conquistadoras, como lo insinúa Garcilaso. Lo cierto es que convivió con su abuelo, regidor del cabildo de Trujillo, hasta la edad de veintiún años y muy probablemente tomara las armas para participar en las guerras de Italia en 1498. En este caso, Francisco Pizarro habría estado con su padre, Gonzalo, en los ejércitos del Gran Capitán y habría vuelto a la península para ir a las Indias. Su padre probablemente continuaría en las campañas de Italia, porque en 1501, se embarca, nuevamente, en la flota que zarpaba de Málaga hacia el Mediterráneo, en la que también participaban famosos personajes de la época como Diego de Paredes, llamado el "Sansón de Extremadura", del que se dice que Hernando Pizarro retó en cierta ocasión. Este ejército derrotaría a los franceses en Ceriñola en 1503.

Aunque no tenga demasiada importancia para el desarrollo de su vida posterior, no podemos ignorar su parentesco con importantes familias de la hidalguía castellana, como los Valverde Pizarro, ricos hombres de Castilla, que pueden remontarse hasta la Corte de Jaime II de Aragón. Un primo de Francisco Pizarro, de esta rama, lo acompaña en la conquista del Perú, se trata de Francisco de Valverde y Alvarez de Vallegeda, caballero de Santiago y sobrino del conde de Oropesa. Y no podemos pretender que la ilegitimidad lo descalifique para pertenecer a la familia de los Pizarro de Trujillo, la condición de hijos naturales no los segregaba en modo alguno, por ser ilegítimos no perdían la hidalguía, ni siquiera les impedía acceder a importantes cargos oficiales, como el famoso licenciado Andrés de Vergara, contemporáneo de Pizarro,veinticuatro y jefe de los magistrados sevillanos, que era hijo ilegítimo de Bernal de Cuenca y de una amante morisca. El propio Vergara casó con Catalina Mexía que era a su vez hija ilegítima ¡del canónigo Fernández de Soria! y de su amiga la Guzmana. El padre de Hernán Cortés, persona principal de Medellín en Extremadura, también era ilegítimo y los señores de su ciudad natal, los condes de Medellín, tanto él como ella, también lo eran. Buena prueba, en el caso que nos ocupa, es que por testimonios de parientes y vecinos, que lo vieron nacer en 1478, se sabe que Francisco Pizarro frecuentaba la familia de su padre, el coronel Gonzalo Pizarro.

Es probable que Pizarro, a su vuelta de Italia, permaneciera en Sevilla el primer año del siglo y que en 1502 embarcara al Nuevo Mundo acompañando a Cristóbal Colón en su cuarto viaje, o con el gobernador Nicolás de Ovando a La Española. Es probable también, que ya contara con uno de sus tíos en Indias, Juan, hermano de su padre. Venía, como hemos dicho, de luchar a las órdenes del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, por el que siempre guardó gran admiración e imitó en el atuendo. Sin embargo, la primera noticia que se tiene de él en América data de 1509, al lado de Alonso de Ojeda en el pueblecito de San Sebastián, capital de la recién creada gobernación de Nueva Andalucía. Era el brazo derecho del temerario Ojeda que, según la leyenda, ingresó a los ejércitos reales a la edad de quince años gracias a su arrojo y valentía.

... se subió a la Giralda donde estaban haciendo obras y por una viga que sobresalía fuera de la torre en diez varas, salió al exterior haciendo equilibrio y desde allí, para llamar la atención del público que salía de la misa en la catedral, arrojó una de las naranjas que llevaba en el bolsillo. Los Reyes y su comitiva miraron hacia arriba y vieron horrorizados cómo el niño, manteniéndose en la punta de la viga, sacaba otras dos naranjas y empezaba a jugar arrojándolas al aire para volverlas a coger... Alonso era paje de la casa real y dijo a Su Alteza que había hecho aquello para que se fijasen en él y viendo su valor le hiciesen merced de una plaza en el ejército....

Al morir Alonso de Ojeda, víctima de una flecha envenenada, su lugarteniente Pizarro toma el mando de la tropa y tras abandonar el pueblo de San Sebastián, funda la nueva capital de Nueva Andalucía con el nombre de una Virgen sevillana: Santa María la Antigua. Es allí, como predestinado para la conquista del Perú, donde oye mencionar por primera vez el riquísimo Imperio de los Incas. Es probable que Panquíaco, hijo del cacique de la región y amigo de los conquistadores, le hablara de un reino cubierto de oro al sur de Panamá. Pizarro recordaría estas palabras más de diez años después, cuando decide emprender la conquista de ese mítico reino. La obsesión por el oro era una constante que venía de la Edad Media: los alquimistas intentaron obtenerlo por medios químicos; en América los soldados lo buscaron con pasión por medio de las armas y dio origen a toda clase de abusos.

Pizarro acompañará entonces a Vasco Núñez de Balboa en la expedición de descubrimiento del océano Pacífico, que abrió realmente las puertas marítimas del Perú y se afinca en las nuevas tierras conquistadas en Panamá. Pasan muchos años antes que decida la conquista del Imperio de los Incas, llamado Tahuantinsuyo. Durante todo este tiempo vivió como hombre principal de la ciudad, gracias a las encomiendas obtenidas, y que se le respetaron durante la conquista. Era por entonces gobernador de Tierra Firme el muy anciano segoviano Pedro Arias Dávila, personaje de mentalidad medieval, con el que tendría que demostrar un talante conciliador y diplomático que le permitiera conseguir del castellano la autorización para emprender la gran expedición hacia el sur, hacia las lejanas tierras que le mencionó Panquíaco en Santa María la Antigua.

El Tahuantinsuyo comprendía una superficie de más de dos millones de kilómetros cuadrados que se extendía desde Pasto en Colombia hasta el río Maule en Chile. Su capital, el Cuzco, estaba situada en la cordillera de los Andes a 3.400 metros de altura, desde donde el Inca gobernaba su vasto imperio estimado en una cifra aproximada de seis millones de súbditos.

El año de 1524 en que Pizarro inicia la conquista del sur de América, la situación político-militar de España no era la más favorable para emprender un nuevo despliegue de hombres por tierras desconocidas. La guerra contra Francia obligaba a mantener varios frentes en Europa: Flandes, Italia y norte de España. Fuenterrabía había sido recuperada, las tropas habían llegado a Marsella, y Tolón había sido sometido por la flota al mando de Hugo de Moncada. Pero las fuerzas españolas tendrían que hacer un nuevo esfuerzo para defender Milán que el rey de Francia intentaba tomar. Por otro lado, España mantenía una guerra contra el imperio turco, que atacaba sistemáticamente las costas del reino de Valencia.

Sevilla, una de las ciudades más activas del Imperio, se encontraba casi despoblada en aquellos años debido a la constante sangría humana de guerras y conquistas. En tales circunstancias, Pizarro no podía obtener el eco esperado en la metrópoli, máxime cuando el gobernador de Panamá ya había dado licencia a dos proyectos anteriores que habían terminado en fracaso: los de Pascual de Andagoya y Juan Basurto. Se asocia entonces con Diego de Almagro y consiguen autorización para preparar la expedición. A ambos se une un tercer socio, el clérigo Hernando de Luque. Los tres eran considerados como vecinos ricos y antiguos en aquellas tierras, capaces de afrontar los gastos para acometer la empresa, aunque sería Luque el que se ocupara principalmente de las finanzas y consiguiera que Gaspar de Espinosa aportara veinte mil pesos de oro.

Es interesante resaltar este aspecto de la iniciativa particular en la conquista del Perú, común a otras empresas americanas. Normalmente, la Corona no contribuía económicamente en la conquista de las nuevas tierras, pero sí se preocupaba que fueran en su nombre. El carácter de las empresas pone en duda, como ya hemos dicho, que el único o principal móvil de los caudillos fuera el afán de riquezas, cosa que normalmente poseían y arriesgaban, quedando arruinados muchas veces, e inclina a pensar que era más fuerte su ambición de fama y gloria, ansiadas por los hombres renacentistas y en el caso de América, no siempre suficientemente reconocidas por la Corona, como se quejaría años más tarde Gonzalo Pizarro.

Las primeras dificultades de los asociados surgen al tratar de enrolar gente para el descubrimiento. La conquista de México, Guatemala y Nicaragua había demandado gran cantidad de soldados radicados en las Indias. Con la gente de la península no se podía contar por las razones expuestas. Esta penuria de recursos humanos obliga a Pizarro a iniciar la conquista en 1524 con ciento doce hombres y cuatro caballos en un sólo navío. Almagro se queda en Panamá con la misión de contratar más gente y sale posteriormente con ayuda y víveres en pos de Pizarro. Durante esta época mantuvieron duros enfrentamientos con los indios de la costa sur de Panamá donde Pizarro llega a recibir hasta siete lanzadas y Almagro pierde un ojo que le quebraron de un flechazo.

Cuando habían transcurrido tres años de viajes hacia el sur afrontando toda clase de inclemencias llegaron a la isla del Gallo; allí la decepción y el cansancio de los expedicionarios pusieron en peligro el desarrollo de la empresa. Los soldados pedían volver a Panamá. Acusan a Pizarro de tirano y el conquistador empieza a adquirir fama de cruel entre su gente. Buena muestra son los versos, los primeros escritos a causa del Perú, que el soldado Saravia logra secretamente enviar al gobernador de Panamá en la nave de Almagro que volvía a Tierra Firme en busca de más gente. Los versos decían:

Pues señor gobernador,
Mírelo bien por entero,
Que allá va el recogedor,
Y acá queda el carnicero.

A consecuencia de estos versos el gobernador Pedrarias Dávila envía una nave al mando del cordobés Juan Tafur para que recogiera a los de la isla y le niega a Almagro la autorización para contratar más gente para la expedición.

A la llegada de Tafur a la isla del Gallo, el descontento entre los soldados era muy grande, llevaban varios años pasando calamidades sin conseguir ningún resultado. Pizarro intenta convencer a sus hombres para que sigan adelante a pesar de todo, pero no fuerza a nadie, quien quiera volver a Panamá puede irse. Garcilaso cuenta que trazó en el suelo una raya con la punta de la espada y les dijo que detrás de ella, hacia el sur, había hambre... heridas... y todos los demás peligros... los que tuvieren ánimo de pasar por ellos, y vencerlos pasen la raya en señal y muestra de valor de sus ánimos. A cambio, por supuesto, de la gloria y una inmensa riqueza.

Pocos hombres cruzaron la línea hacia el sur, sólo trece, siguiendo el ejemplo de Pizarro. Ellos fueron:

  • Bartolomé Ruyz. Natural de Moguer (Huelva), piloto de la nave, al que Pizarro ordenó volver a Panamá en busca de refuerzos.
  • Cristóbal de Peralta. Natural de Baeza (Jaén).
  • Pedro de Candia. Griego natural de la isla de Candía.
  • Domingo de Soraluso (Soraluce). Navegante vasco.
  • Nycolas de Ribera el Viejo. Natural de Olvera (Cádiz), tesorero de la expedición, que Anello Oliva cita como el primero en cruzar la raya.
  • Francisco de Quellar (Cuéllar). Natural de Torrejón de Velasco (Madrid).
  • Alonso de Molina. Natural de Ubeda (Jaén).
  • Pedro Halcon. Natural de Cazalla de la Sierra (Sevilla).
  • García de Jare (Jerez). Natural de Utrera (Sevilla).
  • Anton de Carrión. Natural de Carrión de los Condes (Palencia).
  • Alonso Brizeño. Natural de Benavente (Zamora).
  • Martyn de Paz.
  • Juan de la Torre. Natural de Villagarcía (Cáceres).

Estos son los trece nombrados en la Capitulación de Toledo, (seis andaluces, dos castellano-leoneses, un extremeño, un vasco, un madrileño, un griego y uno de origen desconocido), a los que se llamó los Trece de la Fama o Trece de la Isla del Gallo. A todos se les nombró Hidalgos notorios de solar conoscido y a los que ya lo eran por sangre, el título de Caballero de la Espuela Dorada. Sin embargo, en la Capitulación no se menciona a Francisco Rodríguez de Villafuerte, natural de Salamanca, que el Inca Garcilaso no sólo da como uno de los Trece, sino el primero en cruzar la raya, ni a Alonso de Trujillo que menciona Zárate. En cambio Francisco de Jerez dice en su crónica que fueron dieciséis los que se quedaron en la isla del Gallo, que haría suponer la presencia de los dos mencionados y otro más desconocido.

El resto de los soldados regresó con el piloto Tafur a Panamá. Los de la isla tuvieron que esperar aún seis meses a que les llegara la ansiada ayuda. Pero no fue Almagro el que vino como habían acordado (el gobernador no se lo había permitido), quien vuelve es el piloto Bartolomé Ruiz que había ido a Panamá obligado por Pizarro en busca de refuerzos. Pero venía con la nave casi vacía y la orden del gobernador que en el plazo de seis meses tenían que estar de regreso todos en Panamá. Pizarro y sus escasos hombres aprovecharon este tiempo para descender por el litoral peruano en la nave que pilotaba Ruiz y hacer breves incursiones por los pueblos de la costa, agotando el plazo fijado.

En estas rápidas visitas al Imperio Inca, constatan un cambio sorprendente respecto a anteriores aventuras. Ya no encuentran tribus aisladas y feroces como hasta entonces, sino pueblos bien organizados. Cieza de León describe la región de Tumbes donde descubren una ciudad con edificios grandes y muchos y se maravillaron de las dos grandes calzadas que cruzaban el Perú por la sierra y por los llanos y de sus templos: había en esta Guancabamba templo del sol con número de mujeres... las mujeres vírgenes y ministros que en él estaban eran reverenciados y muy estimados... Los nobles del lugar les invitan a sus casas compuestas por salas, cámaras y recámaras decoradas con tapices de oro y plata. Vieron también gran número de orfebres haciendo joyas y cántaros de oro, mujeres hilando y tejiendo ropa de finísima lana lo cual hacían con mucho primo. Estos primeros pueblos que recibían cortésmente a los europeos pertenecían a la cultura Gran Chimú que había sido incorporada al Tahuantinsuyo antes de la llegada de Pizarro; subjetados por Inga Yupangue y por Topainga, su hijo, que habían logrado vencer al rey Minchanzaman. Era una cultura que se caracterizaba por la avanzada planificación de sus ciudades y sus eficaces sistemas de canalización de agua. La capital era la ciudad de Chan-Chan con una superficie de 18 Km.2, perfectamente urbanizada con anchas calles flanqueadas por palacios, depósitos de agua, jardines con riego y pirámides.

En Tumbes los europeos vislumbran la importancia de la civilización que se disponen a conquistar y reciben las primeras noticias de la situación política. Se trataba de un gran reino, con una riqueza jamás imaginada, con una cultura que era causa de admiración de todos los pueblos que le rendían vasallaje.

Pizarro se convence que es imposible conquistar aquella tierra con los pobres recursos que posee y decide volver a Panamá con la intención de embarcarse para España a pedir ayuda a su majestad. En 1528 realiza el viaje a la península y se entrevista con Carlos V e Isabel de Portugal que presidía el Consejo de Indias por delegación de Juana la Loca. El Consejo de Indias le otorga en Toledo la Capitulación que vendría a ser como la Carta-Magna de la conquista del Perú y de la que se derivarían las primeras diferencias con su socio Almagro debido a que aparentemente la fama, los honores y derechos de conquista, primaban a Pizarro en detrimento de su compañero. En este viaje le acompañaron algunos indios capturados en las primeras incursiones, entre ellos uno joven que aceptó ser bautizado como Felipe que serviría de lengua (intérprete) durante la posterior conquista. De esta manera, el llamado Felipillo se habría paseado por las calles de Sevilla y Toledo cuando aún en Europa se desconocía la existencia del Imperio Inca.

Durante los casi dos años que Pizarro permaneció en España no consiguió reunir las ciento cincuenta personas, que no fueran de las proybidas, que la Corona le había autorizado a contratar en estos nuestros reynos y decide zarpar confiando conseguir el resto en Panamá, respaldado por la Capitulación recibida que le permitía enrolar en Tierra Firme otros cien hombres. Sale de Sanlúcar el año de 1530 en un galeón, dos naos, y una zambra, olvidándose astutamente de los tres funcionarios que habían sido nombrados oficialmente para acompañarlo: el tesorero Alonso Riquelme, el veedor García de Salcedo y el contador Antonio Navarro, que sólo pudieron incorporarse a la expedición en la costa de Coaque (actualmente Ecuador), a bordo del navío del mercader Pedro Gregorio que llevaba vituallas a los conquistadores. (Es verdaderamente increíble que los mercaderes estuvieran siempre alrededor de los soldados desde los primeros días de la conquista). Entre los que van con él se encuentran muchos miembros de su familia: su hermano legítimo Hernando, que era veinticinco años menor que él; sus hermanos bastardos de padre Gonzalo y Juan; su hermano de madre Martín de Alcántara; y también su sobrino Pedro Pizarro, de poco más de quince años, que más tarde sería soldado y nos relataría en una crónica esta segunda parte de la expedición. Poco tiempo después, en otras travesías, le seguirán sus primos Diego, Cristóbal, Martín y Juan. Lleva también esclavos negros que en la Capitulación le autorizaron a pasar cincuenta y tiene además la intención de recoger cincuenta caballos en Jamaica. Partimos con buen tiempo y fuimos a tomar puerto a Santa Marta... y se nos huyeron algunos y se quedaron allí. Llegan pues a Nombre de Dios, donde les vino a recibir Almagro, con menos gente aún de la que embarcaron en Sanlúcar.

A principios de 1531 logra salir nuevamente de Panamá la expedición de Francisco Pizarro hacia los mares del sur. Esta vez iba con la xente que pasó de España y con algunos que en Tierra Firme se xuntaron, que serían por todos hasta dozientos hombres en tres naves, dos de las cuales propiedad particular de Hernando Ponce de León. El Anónimo sevillano habla de doscientos cincuenta hombres y ochenta caballos. Jerez dice que fueron exactamente ciento ochenta hombres y treintaisiete caballos y que las naves regresaron a Panamá para recoger a otros veintiséis hombres de a caballo y treinta de a pié, que llegaron a Coaque con Sebastián de Belalcázar desde Nicaragua. Ya en 1532 se reuniría con el grueso de la expedición, en la isla de Puná, Hernando de Soto al frente de cien hombres más en dos navíos.

Los incas, mientras tanto, habían visto aparecer y desaparecer en sus costas a los barbudos castellanos de las primeras expediciones. Habían sido unas visitas fugaces, casi mágicas, que en la mayoría de los casos se habían desarrollado con una cortesía exquisita, intercambiando regalos y atenciones. Otras veces, las menos, habían sido encuentros violentos, breves pero sangrientos, donde los invasores habían demostrado su poderío.

Pero todo esto entraba en el terreno de la leyenda. Eran pocos los que habían tenido contacto directo con esos hombres de armadura y menos los que habían visto sus barbados rostros bajo las celadas borgoñotas. A la población le llegaban sólo los rumores de unas apariciones fantásticas. Es posible que la imaginación popular indígena hubiera exagerado estos sucesos durante los tres años (1528-1531) que habían desaparecido, debido a la partida de Pizarro a España, para que se atrevieran a llamarlos Huiracochas que es el nombre de la divinidad Inca. Sin embargo, a nivel de gobierno del Tahuantinsuyo, no parece que estas visitas les impresionaran demasiado. Se trataba sólo de un puñado de extranjeros que había logrado desembarcar en las desprotegidas costas, porque jamás un enemigo del Cuzco se había presentado por el mar. En esos años el Imperio andino se hallaba convulsionado a causa de la muerte del monarca, Huayna Capac, fallecido posiblemente a causa de las viruelas europeas, enfermedad desconocida en el Nuevo Mundo y que fue introducida en los primeros contactos amistosos en las costas del Pacífico. Contra la viruela, los indígenas no tenían ninguna defensa; no sólo acabaría con la vida del último gran Inca de la dinastía, sino que luego haría más estragos que la guerra entre la población local.

Tradicionalmente se ha interpretado que la muerte de Huayna Capac creó una crisis en el Tahuantinsuyo, un problema de sucesión entre dos de sus descendientes: Huáscar del Cuzco y Atahualpa, hijo muy querido del Inca, habido, según algunos cronistas, en una princesa quiteña. Los españoles dedujeron que Huáscar era el legítimo heredero y en cambio Atahualpa era el usurpador rebelde y sanguinario. Garcilaso dice que Huáscar fue el último Inca de la dinastía, el legítimo sucesor. Los altos mandos del ejército inca serían en su mayoría partidarios de Atahualpa, que representaba la innovación dentro de sus tradiciones, a excepción de los militares cuzqueños que continuarían fieles a la capital imperial de Huáscar. El clero y los nobles, por su carácter conservador, apoyarían al príncipe del Cuzco.

Geográficamente también existiría una frontera: el norte sería el área de influencia de Quito, seguidores del príncipe rebelde, en cambio el sur, dependiente del Cuzco, estaría sometido a la dinastía oficial. Por otro lado estarían los pueblos recientemente sometidos bajo el reinado del anterior monarca, que se inclinarían por uno u otro bando en función de recuperar su independencia, circunstancia que conocería Pizarro al establecer contacto con los primeros pueblos periféricos.

Este era el panorama político del Incario, que los cronistas no dudaron en equipararlo con arquetipos políticos europeos, sin embargo pudiera tratarse de algo bastante más complejo que una guerra civil de sucesión. Considerando los elementos de la cultura incaica podría pensarse que el enfrentamiento no obedeciera únicamente a razones políticas, sino específicamente rituales, dentro de una estructura de poder dual. Esto pudo dar lugar a un error de apreciación de los conquistadores que los llevaría a una confusión interesada de lo que realmente sucedía en el Incanato: al presentar a Huáscar como víctima de un levantamiento ilegítimo se justificaba una acción contra el usurpador Atahualpa, constituyéndose los españoles en "restauradores de la vieja dinastía".

* * *

ACTIVIDAD

Con esta información elabora una infografía considerando en su confección elementos cronológicos